Mariona Tatjer | Fundació ENT

 

En el último año la palabra colapso ha ganado presencia entre los expertos ecologistas para describir el cambio de paradigma en el que como sociedad nos estamos adentrando. El colapso, entendido como “la disminución o pérdida de complejidad de una estructura social” (Fernández Duran, González Reyes, 2018) es un proceso sistémico que se desarrolla en un período relativamente largo en el tiempo y que, a diferencia de una crisis económica, implica una transformación de las relaciones político-económicas de una sociedad. La presión climática y los límites biofísicos son los dos principales factores que permiten conjeturar el agotamiento del actual modelo social basado en el crecimiento económico perpetuo.

Por un lado, el cambio climático, propiciado por el volumen de gases de efecto invernadero liberados en la atmósfera, nos está conduciendo hacia escenarios de situaciones climáticas extremas con una fuerte repercusión en la calidad de vida de la ciudadanía, en la producción alimentaria, la pérdida de biodiversidad y de alteración del ciclo del agua, con impactos no deseados como son la escasez de agua en períodos de sequía o de fuertes inundaciones por lluvias torrenciales.

En este sentido, se han puesto en marcha una serie de medidas políticas encaminadas a aumentar la resiliencia de las ciudades para hacer frente al impacto del cambio climático (Ayuntamiento de Barcelona, 2022). La nueva política, enmarcada bajo el lema de crecimiento sostenible, propone una transición del modelo productivo y de consumo actual basado en los combustibles fósiles por un modelo impulsado por las energías renovables, con una mayor digitalización de los bienes y servicios objeto de consumo, y una mayor circularidad de los recursos extraídos de los ecosistemas e incorporados en el sistema productivo. Sin embargo, esta perspectiva está obviando el segundo factor clave mencionado anteriormente: los límites biofísicos que auguran el agotamiento de recursos no renovables, entre ellos, los recursos necesarios para el propio despliegue de las tecnologías de energía renovable y de los procesos de digitalización.

El agotamiento de los combustibles fósiles anuncia el fin de una era en la que se ha tenido acceso barato a las fuentes energéticas de mayor concentración de poder calorífico, con elevada capacidad para controlar su disponibilidad y una gran versatilidad en sus usos. Las energías renovables, en cambio, no pueden sustituir a estas características. Por un lado, su potencia es mucho menor y requiere grandes extensiones de terreno para poder producir sólo electricidad. Por otra parte, su disponibilidad es irregular (depende de los ciclos ambientales), no pueden sustituir al actual modelo de movilidad (del que depende el mercado global) y no pueden sustituir a la industria petroquímica y todos sus derivados. Adicionalmente, su construcción depende de minerales y metales escasos y del consumo de combustibles fósiles para su extracción, transformación, transporte e instalación. Recursos minerales y metales cuya demanda sólo hace que aumentar ya que son también necesarios para los sistemas digitales que se están instalando en gran diversidad de bienes y servicios, desde electrodomésticos cotidianos, hasta servicios públicos digitalizados.

Uno de los primeros síntomas que marca un cambio de tendencia se remonta al año 2006, año en que se logró el pico de extracción del petróleo crudo convencional (IEA, 2010).

Desde entonces, la producción de esta fuente energética empezó a estancarse a diferencia de su demanda. Esta situación, sumada a la incapacidad de las energías renovables de sustituir el actual modelo productivo, nos lleva a considerar la plausibilidad del escenario del colapso ecosocial, donde el decrecimiento del consumo material sucedería por imperativo biofísico.

En ese contexto, el estilo de vida que se desarrolla en las ciudades se encuentra en situación especialmente vulnerable. Los estudios sobre metabolismo urbano constatan la elevada dependencia del mercado exterior para satisfacer las necesidades generales de la ciudad. Estas necesidades se explican no sólo por la demanda de recursos materiales que no se encuentran a nivel local sino también por la incapacidad del territorio para absorber la gestión de los residuos generados. Además, a nivel climático, la elevada concentración de la población ha contribuido a un diseño urbano que en vez de disipar la temperatura en situaciones de olas calor tiene el efecto contrario, absorbe la temperatura creando lo que se llama efecto isla de calor y, por otro lado, el nivel de infiltración del agua de lluvia es también muy deficiente, incrementando el riesgo por inundaciones y reduciendo la capacidad de almacenar agua para usos urbanos y agrícolas.

Sin embargo, si bien la connotación del escenario de colapso puede parecer negativa es también una oportunidad para repensar el sistema político-económico, el modelo de consumo y la gestión de los recursos locales en mayor armonía con cuyos ecosistemas somos dependientes.

Si bien este cambio de paradigma requeriría de la cooperación entre todos los agentes sociales y económicos de la sociedad, a nivel local, los Ayuntamientos pueden desempeñar un papel relevante a la hora de adaptar las ciudades en clave de resiliencia no sólo climática sino también económica y social. Para conseguir este objetivo sería necesario introducir el pensamiento sistémico en el desarrollo y aprobación de los proyectos urbanos. El pensamiento sistémico implica entender la complejidad del sistema, la interconexión de las medidas que se quieren llevar a cabo e introducir análisis a medio y largo plazo para incorporar a los pronósticos científicos en materia de cambio climático en el planeamiento urbano.

Tal y como indica la FAO (Albrecht, Crootof and Scott, 2018), las variables básicas para garantizar la vida, y que son altamente dependientes entre sí, son la alimentación, el agua y la energía. Una mejor gestión local de estas tres variables contribuiría a reducir la dependencia exterior para garantizar mínimamente el acceso a estos recursos básicos.

Medidas como la reforma de los edificios residenciales para mejorar su eficiencia energética, o incrementar la vegetación del espacio urbano, tienen por objetivo mejorar la temperatura y calidad de vida de los ciudadanos al tiempo que se reduce el consumo energético. Asimismo, el sector del transporte es el mayor consumidor de energía, por lo que debería seguir avanzando hacia una movilidad urbana que dote de las infraestructuras necesarias para favorecer el desplazamiento a pie, en bicicleta y en transporte público . Por otra parte, tal y como se ha mencionado anteriormente, el transporte no sólo afecta a la movilidad de la ciudadanía sino que es el sector que permite el elevado intercambio de mercancías a nivel internacional. Relocalizar la industria y favorecer el comercio local contribuiría a un uso más eficiente de la energía y de los recursos materiales, así como poner a disposición ciudadana de espacios de reparación y de intercambio de objetos de segunda mano para alargar la vida de los bienes ya producidos.

La reducción del consumo de energía también puede trasladarse al sector alimentario, actualmente muy dependiente tanto en lo que se refiere al consumo de combustible como de productos derivados del petróleo. La agricultura basada en técnicas regenerativas es una alternativa que cada día va ganando más espacio gracias a la no toxicidad de sus productos, la baja dependencia de recursos externos, las mejoras en la calidad del suelo y la contribución a la infiltración y retención del agua. La infiltración del agua de lluvia es un elemento indispensable para incrementar la seguridad de la ciudad respecto a este recurso básico. Una mayor y mejor gestión del agua, no sólo en el área agrícola sino también en la zona urbana y la zona forestal, contribuiría a llenar las reservas, a reducir el riesgo de inundación, el riesgo de sequía y, por tanto, de incendio, y en proteger la salinización de los acuíferos.

Por último, es interesante recordar que las ciudades ya disponen de muchos recursos, algunos de ellos se pueden encontrar en los residuos que vertemos en los contenedores. Mejorar la capacidad de recuperación de materiales reciclables y reintroducirlos en el sistema productivo no sólo nos acerca a alcanzar los objetivos establecidos a nivel estatal y europeo, sino que también contribuye a reinterpretar la fuente de extracción de recursos. Tanto es así que una de las infraestructuras más necesarias en el futuro próximo será lo que se conoce como minería urbana, la recuperación de los residuos urbanos de los minerales y metales necesarios, entre otros, para la transición energética.

En conclusión, en las últimas décadas se han caracterizado por un elevado intercambio a nivel global de bienes y servicios a precios relativamente bajos. Es plausible pensar que estas condiciones se irán dando la vuelta paulatinamente de tal manera que las poblaciones que no hayan realizado una transición para reducir su dependencia externa serán las que se vean más afectadas. Anticiparse a esta situación comportaría empezar a establecer medidas a nivel local para aumentar y mejorar la gestión de los recursos propios, favoreciendo el mercado local y reduciendo el consumo material y energético; un estilo de vida más local y desacelerado que repercutiría de forma positiva en el medio ambiente y en las condiciones climáticas.

 

Ajuntament de Barcelona (2022) Barcelona, Hub de Resiliència. Disponible a: https://www.barcelona.cat/mobilitat/ca/qui-som/barcelona-hub-de-resiliencia.

Albrecht, T.R., Crootof, A. and Scott, C.A. (2018) ‘The Water-Energy-Food Nexus: A systematic review of methods for nexus assessment’, Environmental Research Letters, 13(4). doi:10.1088/1748-9326/aaa9c6.

Fernández Duran, R., González Reyes, L. (2018) En la espiral de la energía. Volumen I. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no solo). Libros en Acción i Baladre.

González Reyes, L. (2022) ‘Presentació de l’informe “Caminar sobre l’abisme dels límits” d’Ecologistes en Acció’. Disponible a: https://www.youtube.com/watch?v=1aQmoV332Aw.

IEA (2010) ‘IEA World Energy Outlook Report 2010’, IEA Annual Report, 51(6), pp. 4847–4862. Disponible a: www.iea.org/Textbase/about/copyright.asp.