Miquel Ortega Cerdà (ENT) @MiquelOrtega

Hace unos pocos días leía en un texto periodístico una reflexión similar la siguiente “hace poco tiempo para muchos habitantes de Barcelona el mar no era mucho más cercano que las playas de Sitges o el Maresme, apenas eran conscientes de que tenían en la misma ciudad un espacio fronterizo con el mar. Poco a poco la situación ha cambiado y, después de los cambios estructurales realizados durante los Juegos Olímpicos del 92, la ciudad ha eliminado las principales barreras físicas y ha aprendido a disfrutar de sus playas“. En general estoy de acuerdo, pero como siempre ocurre cuando te ves obligado a simplificar se pierden matices a veces muy importantes que quizá nos ayudan también a entender algunas limitaciones en nuestra aproximación más usual en el ámbito marino. Veámoslo con cuatro ejemplos.

Muy pocos barceloneses somos conscientes de la tremenda importancia que tenía la playa de Barcelona como casa y entorno vital (en forma de chabolismo) en el barrio del Somorrostro durante los años 50s y 60s, un episodio que quedó perfectamente registrado en el reportaje y exposiciónBarracas. La otra ciudad. Este “olvido” de la historia [1] marina de la ciudad quizás tiene que ver con la tendencia que tenemos a pensar en el medio marino principalmente como un espacio económico -poco más que una gran piscina que atrae conjuntamente con el sol a muchos turistas -, y no como un espacio donde tienen lugar procesos eco-sociales de primera magnitud (como tan bien se ha visualizado recientemente en las protestas de la Barceloneta contra la masificación de los pisos turísticos, o como se ve de manera aguda en la transformación del Delta del Ebro).

En la misma línea se puede interpretar en clave socio-económica el arrinconamiento en muchos puertos de la actividad pesquera, en beneficio de las embarcaciones de ocio. Resulta chocante esta marginación, en lugar de potenciar su integración en la ciudad para enriquecer el espacio cultural de las ciudades costeras, disfrutando de un hecho diferencial cada vez más valorado. En Barcelona apenas ahora se está haciendo un primer paso comenzando a poner los cimientos de lo que será una lonja más abierta, donde los ciudadanos podrán aprender a partir de una actividad extractiva vinculada a la alimentación en la región metropolitana.

Igualmente tendemos a descuidar el rol histórico que ha tenido la costa como vía de comunicación y centralidad industrial, y también en ocasiones como “vertedero”. Desaprovechamos un potencial importante de aprendizaje y discusión sobre el rol de la industrialización en Cataluña en el siglo XXI, donde la actividad empresarial debe estar mucho más ligada con la gestión ecosistémica de la misma. En Barcelona la eliminación física de la decadente industria realizada en el marco de las operaciones urbanísticas asociadas con los Juegos Olímpicos, ha ido acompañada también del olvido de la historia industrial, de la contaminación industrial, y de los retos de conectividad de la ciudad , un aspecto del que podríamos aprender mucho, y que quizás nos podría ayudar a repensar el modelo de ciudad.

Incluso en el ámbito de la investigación, es sorprendente constatar cómo en ocasiones los estudios ambientales realizados en las ciudades costeras ignoran el ámbito costero, como si no fuera una realidad integrada en el ecosistema urbano. Quizás más que las barreras científicas para hacerlo, esto refleja por encima de todo como a nivel individual (también entre los investigadores) que en nuestra sociedad todavía nos falta mucho para integrar el mar a nuestra conciencia ecológica. Esto tiene muchas implicaciones, pensemos por ejemplo en el ámbito de los residuos y como en ocasiones seguimos ignorando la interconectividad entre ecosistema terrestre y marino (ver el divertido vídeo de la organización Surfrider). ¿Podríamos utilizar esta dimensión, por ejemplo, para luchar más decididamente aún para promover la eliminación de las bolsas de plástico como ya ha hecho recientemente California?

En un país como el nuestro -con el volumen de turismo costero existente- no se puede decir que estemos de espaldas al mar, pero a veces más allá de la playa sí resulta justo decir que no somos capaces de verlo en toda su riqueza.

Finalmente, a pesar de que aún hay mucho que hacer, hay que remarcar que también hay propuestas fantásticas en marcha como el Museo Marítimo de Barcelona, ​​u otras iniciativas como el Museo de la Pesca de Palamós, instituciones que están haciendo una gran labor pedagógica y social.

[1] En un primer paso, del todo insuficiente, un tramo de la playa de Barcelona el año 2010 recuperó este nombre.