Jaume Freire González (ENT)

En el año 1865, el economista William Stanley Jevons publicó un importante libro titulado “The Coal Question” (El problema del carbón). En este, abordó la problemática del gradual agotamiento de la oferta de carbón en el Reino Unido, que ya se vislumbraba en aquellos tiempos, y el problema que esto suponía, dado que era la principal fuente energética. En el libro realizaba afirmaciones inquietantes como: “…Hay una confusión total de ideas al pensar que el uso racional de combustible equivale a un consumo menor. Muy al contrario, nos muestra la realidad… Cada mejora producida en un motor acelera de nuevo el consumo de carbón…”.

Es decir, una idea tan poco intuitiva como que, a medida que (y sobre todo, debido al hecho de que) aumentaba la eficiencia de los motores, el consumo de combustible crecía. Para evidenciar este hecho, Jevons constató cómo la reducción a menos de un tercio de las necesidades de carbón por cada tonelada de hierro producida multiplicó por diez el consumo total de carbón en Escocia entre 1830 y 1863. Esto sin contar el efecto indirecto que supuso la disponibilidad de hierro barato al acelerar el crecimiento de otras ramas de la industria que también consumían carbón. Casi sin darse cuenta, sentó las bases de lo que posteriormente se conocería como la Paradoja de Jevons. Esta se puede definir de manera genérica como el incremento en el consumo de un recurso debido a una mejora tecnológica, técnica, organizativa o de otra naturaleza en su uso, que lo hace más productivo. O en otras palabras, un mayor consumo debido a un aumento en su eficiencia.

Así, por ejemplo, una mejora en la eficiencia del motor de un coche, que hace que los nuevos modelos necesiten menos gasolina para recorrer la misma distancia, incentiva a muchos conductores a usar más el coche (ya que el costo por kilómetro recorrido se reduce) y a otros viajeros que antes se desplazaban en otros medios de transporte a utilizarlo debido a que ahora les resulta más barato. Incluso en el caso extremo de que todos los conductores decidieran seguir conduciendo la misma cantidad de kilómetros que antes, terminarían destinando el ahorro económico al consumo de otros bienes y servicios, los cuales también necesitan combustible para ser producidos, transportados y consumidos. Estos “efectos secundarios” terminan compensando parte o toda la reducción prevista de consumo, produciendo efectos inciertos en el consumo global de gasolina.

La comunidad científica comenzó a interesarse en esta paradoja a raíz de la primera crisis del petróleo en los años 70 del siglo XX. Comenzaron a aparecer estudios sobre lo que se conoce como el efecto rebote de la eficiencia energética, que no es más que el intento de cuantificar la paradoja. A pesar de la complejidad metodológica de este campo, dado que necesariamente debe abarcar muchos aspectos de la realidad económica y social, hay un absoluto consenso por parte de la comunidad científica de que el efecto rebote existe, aunque la dimensión que alcanza todavía es una cuestión sin respuesta. Sin embargo, es un hecho incuestionable que a pesar de que la eficiencia en el uso de los recursos no ha dejado de crecer desde la primera revolución industrial, su uso tampoco ha dejado de aumentar, a pesar de algunos esfuerzos políticos por frenarlo.

El reconocimiento de la existencia de la paradoja pone en entredicho muchas políticas energéticas, ambientales y de lucha contra el cambio climático que actualmente se llevan a cabo en todo el mundo. Por ejemplo, encontramos como uno de los pilares en la política económica y ambiental de la Unión Europea la estrategia Europa 2020, que tiene como uno de sus objetivos prioritarios el incremento del 20% en la eficiencia energética, o cómo en España se impulsan planes de subvenciones para la compra de electrodomésticos o vehículos más eficientes en pro del medio ambiente.

En un intento de hacer compatible el crecimiento económico ilimitado en un contexto biofísicamente limitado como es el planeta tierra, se utiliza la eficiencia como la piedra filosofal que permitiría producir cada vez más bienes y servicios utilizando cada vez menos recursos, y por lo tanto generando menos impactos negativos sobre el medio ambiente. Esto ocurre casi 150 años después de que Jevons sentara las bases de la paradoja. Los hallazgos científicos desde entonces, y especialmente los de las últimas décadas en torno a la paradoja, muestran que la eficiencia energética no es la panacea que nos permitirá seguir creciendo indefinidamente. Quizás sea el momento de comenzar a pensar en alternativas más sensatas basadas en una reducción real del uso de los recursos, así como en la limitación de la expansión de la producción y la reducción de los niveles de consumo, antes de que se agraven los conflictos por la apropiación de los recursos y los problemas climáticos y ambientales.