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Mar Riera | ENT

 

El pasado mes de febrero, el Panel Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático (IPCC) lanzaba una nueva advertencia mediante el Grupo de trabajo II[1], centrado en los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad de los ecosistemas y la población mundial frente a los efectos del cambio climático. Este grupo, constata que las alteraciones en la naturaleza y en las formas de vida de la población ya son una realidad y constituyen un peligro generalizado para millones de personas de todo el mundo.

Según estimaciones de los expertos del IPCC, aproximadamente un 45% de la población mundial vive en zonas con elevada vulnerabilidad climática. Entre los riesgos más frecuentes se encuentran la subida de temperaturas y el llamado efecto isla de calor, elevadas precipitaciones en espacios de tiempo reducidos, la subida del nivel del mar, la erosión costera o las inundaciones. Estos últimos, afectan notablemente a las zonas de costa, donde se concentra aproximadamente el 40% de la población mundial, según datos de Naciones Unidas, y todas las previsiones indican que estos porcentajes seguirán incrementando[2]. Cabe destacar también la relevancia de los ecosistemas costeros y su contribución a la generación de actividades socioeconómicas en todo el planeta. La elevada concentración de población en estas zonas y su importancia socioeconómica pone de manifiesto la necesidad de implementar medidas de adaptación que mitiguen los impactos negativos del cambio climático en estos hábitats tan vulnerables.

En un recorrido de Sur a Norte, encontramos que estos fenómenos adversos no impactan de igual forma en todos los territorios, resultando más afectadas aquellas zonas que disponen de menores recursos para hacer frente a la adaptación y donde vive un porcentaje mayor de población vulnerable. Los dos países que históricamente han contribuido más al calentamiento global, Estados Unidos, responsable del 20% de las emisiones globales totales de CO2 a la atmósfera, y China, responsable del 11%[3], son también la primera y la segunda economía a nivel global, responsables del 39,20% del PIB mundial[4]. Mientras que, según el Índice de Riesgo Climático, elaborado por el observatorio alemán Germanwatch[5], entre el año 2000 y 2019, los países más afectados por los eventos climáticos han sido Puerto Rico, Myanmar y Haití, responsables entre los tres de aproximadamente un 0,09% del PIB mundial[6]. Los países más industrializados son los mayores responsables del calentamiento global y los países con menores recursos sufren sus consecuencias.

En abril ha seguido la publicación de un nuevo informe del Grupo de Trabajo III del IPCC[7] donde se evidencia que, incluso si se cumplieran los actuales compromisos de emisiones adquiridos por los países, es muy probable que no se evite la subida de 1,5ºC durante las próximas décadas. Los niveles de emisiones de gases de efecto invernaderos en el período 2010-2019 han sido los más altos de la historia y según las evidencias destacadas en el informe, el 10% de los hogares más ricos de todo el mundo es responsable aproximadamente de entre un tercio y la mitad del total de las emisiones. Unas cifras que, una vez más, ponen de manifiesto que estamos muy lejos de cumplir la máxima de “quien contamina paga”, ya que un pequeño porcentaje de la población, con mayor poder adquisitivo, es responsable de causar la mayor parte del cambio climático, al tiempo que un porcentaje amplio de la población, más vulnerable, sufre sus efectos.

Frente a esta realidad, parece que la inacción no es una opción. Al tiempo que como individuos cambiamos nuestros hábitos de consumo, de movilidad y de vida, hacia un consumo más responsable, donde priorizamos la proximidad y sostenibilidad de los modos de producción, disminuimos el volumen de residuos que generamos y reducimos nuestra huella de carbono, debemos adaptar también nuestros territorios a los efectos climáticos adversos a los que se encuentran expuestos.

Las estrategias de adaptación basadas en la naturaleza, y en concreto, las estrategias basadas en los ecosistemas, tales como la recuperación de sistemas dunares como barreras naturales frente a inundaciones, o la instalación de techos verdes en edificios como mecanismos naturales reguladores de temperaturas, constituyen unas soluciones duraderas y efectivas frente al cambio climático. Conservar y recuperar los ecosistemas es recuperar el hábitat de miles de especies que encontramos hoy amenazadas, pero es también preservar la existencia de los servicios que proporcionan a la población, desde agua limpia y saludable para el consumo humano, a zonas de recreo o zonas verdes para absorber y almacenar el carbono. Reducir los efectos del cambio climático debe ser una prioridad para los tomadores de decisiones actuales y las estrategias de adaptación basadas en los ecosistemas emergen como intervenciones necesarias. Es necesario desarrollar planes de adaptación a largo plazo que incorporen soluciones basadas en la naturaleza que preserven y favorezcan los servicios que los ecosistemas nos ofrecen.

 

[1] https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/

[2] Neumann, B., Vafeidis, A. T., Zimmermann, J., Nicholls, R. J. (2015) Future Coastal Population Growth and Exposure to Sea-Level Rise and Coastal Flooding – A Global Assessment. PLoS ONE 10(3): e0118571. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0118571

[3] https://www.carbonbrief.org/analysis-which-countries-are-historically-responsible-for-climate-change

[4] Aproximacions calculades a partir de les dades publicades pel Banc Mundial per a 2020. https://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.CD?most_recent_value_desc=true

[5] https://www.germanwatch.org/sites/default/files/Global%20Climate%20Risk%20Index%202021_2.pdf

[6] Aproximacions calculades a partir de les dades publicades pel Banc Mundial per a 2020. https://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.CD?most_recent_value_desc=true

[7] https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg3/