Yesmina Mascarell Rocher | Fundació ENT

Los últimos dos años hemos asistido a una explosión del movimiento feminista a la que se han ido sumando prácticamente todos los sectores de la sociedad. También lo ha hecho el sector primario. Asociaciones de mujeres agricultoras, ganaderas o mariscadoras vienen conformándose desde los años 80 y se encuentran actualmente en un contexto de revalorización de lo tradicionalmente y ecológicamente saludable que las coloca en primera línea de las políticas institucionales de igualdad de género. Las movilizaciones del 8M de 2018 y 2019 en el Estado Español (enmarcadas dentro de la conocida como cuarta ola feminista) han contribuido a esta realidad, siendo ya un referente a nivel mundial. Sin embargo, ¿podemos decir que se están enfrentando las desigualdades reales de base desde una perspectiva feminista?

Dentro del mundo rural, la situación de precariedad de las mujeres es especialmente llamativa, particularmente en los sectores de la pesca y la acuicultura. Varios estudios de la FAO[1] reflejan que las mujeres sufren un acceso inferior a los recursos productivos, teniendo sólo una pequeña parte de la propiedad de los medios. Si bien es cierto que la presencia de mujeres está prácticamente en todos los estamentos de la cadena productiva, su trabajo sigue mayoritariamente vinculado a las tareas tradicionalmente femeninas, ligadas a los trabajos no cotizados y, por tanto, minusvalorados. Así, mientras los hombres trabajan mayoritariamente en la parte productiva, las mujeres se dedican principalmente a las tareas de la empresa familiar (papeleo, burocracia, preparación de los útiles de trabajo, recolección de productos de bajo valor económico, preparación y venta del producto, etc.) que en la mayoría de los casos no son ni siquiera remuneradas. En consecuencia, sus ingresos son menores, pero su carga de trabajo es en muchos casos mayor. Al mismo tiempo, siguen siendo ellas las que se hacen cargo de otras responsabilidades como el cuidado del hogar y de las personas. Todo ello supone una doble o triple jornada laboral que repercute en su calidad de vida.

En los últimos años hemos asistido a un aumento del asociacionismo femenino en el mundo rural; ellas mismas han sentido la necesidad de liderar sus propios procesos desde sus realidades como mujeres, creando espacios no mixtos desde donde poder empezar a plantear otras maneras de funcionar posibles. Las mujeres de los sectores pesquero y agrícola están cada vez más presentes en los ámbitos públicos, siendo sus propios altavoces, con discursos muy potentes que reivindican esta necesidad de reconocimiento de su trabajo y creando redes de apoyo a nivel estatal e incluso europeo.

En sus informes, la FAO reconoce la importancia del papel de las mujeres en la pesca y la agricultura, sin embargo, admite que su fuerza de trabajo no se puede reflejar numérica y cuantitativamente en las estadísticas disponibles. Según Mies y Shiva (1998), en este tipo de informes el trabajo oculto no se contabiliza debido a la “incapacidad conceptual (de algunos economistas) para definir el trabajo de las mujeres dentro y fuera del hogar”. En este sentido, la economía feminista denuncia los profundos sesgos androcéntricos que aún encontramos en el sistema imperante, el cual se construye sobre la ausencia de las mujeres, negando la relevancia económica de las esferas asociadas con la feminidad. La escisión entre los ámbitos público y privado, así como la división sexual del trabajo que impone un modelo constreñido de familia nuclear y unos roles económicos injustos, suponen un paradigma basado en la idea de que tanto el trabajo invisibilizado como el medio en que se realiza son considerados insumos gratuitos para la creación de riqueza y no riqueza por sí misma.[2]

Las políticas públicas dirigidas a disminuir las desigualdades de género en el sector primario van mayoritariamente encaminadas a una mayor incorporación de las mujeres a las tareas productivas, dejando de lado el establecimiento de mecanismos de valoración de los trabajos no remunerados o la necesaria conciliación y redistribución de las tareas de cuidados. Buscar fórmulas para poner la vida en el centro de las prioridades parece que todavía no consta en ningún imaginario; quizás tendremos que esperar hasta la quinta ola. Quién sabe.

 


[1] FAO (2016) El rol de la mujer en la pesca y la acuicultura. http://www.fao.org/3/a-i5731s.pdf | FAO (2011) El estado mundial de la agricultura y la alimentación. Las mujeres en la agricultura; cerrar la brecha de género en aras del desarrollo. http://www.fao.org/3/a-i2050s.pdf | FAO (2013) Política de igualdad de género de la FAO; alcanzar las metas de seguridad alimentaria en la agricultura y el desarrollo rural. http://www.fao.org/3/a-i3205s.pdf
[2] Pérez Orozco, A. (2014) Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de sueños.
FOTO: Segre