Luís Campos Rodrigues (ENT)
Noviembre 2015
Las expediciones espaciales destinadas a la búsqueda de vida en el agua del planeta Marte deben tratarse con cautela según los científicos. Esto se explica por la posibilidad de una contaminación interplanetaria que pudiera derivarse de dicho proyecto [1]. De vuelta a casa, a juzgar por la reciente operación de extracción de petróleo (afortunadamente sin éxito) realizada en el gradualmente deshelado Ártico, uno debe preguntarse ¿por qué no estamos aumentando los estándares de protección de nuestro planeta amenazado? [2]
Nuestras sociedades están teniendo una fuerte dificultad para consegir una fuerte movilización y coordinación que permita combatir problemas ambientales globales como el cambio climático. Incluso simples prácticas cotidianas del hogar (por ejemplo, el reciclaje de residuos o el ahorro de energía), que pueden ser beneficiosas para la mitigación de esta presión, no se aplican a corto y medio plazo por un grupo amplio de personas. Irónicamente, nuestra capacidad de tolerar condiciones ambientales que pueden ser perjudiciales para nuestra salud (por ejemplo, la contaminación del aire y la contaminación acústica en los grandes centros urbanos) es impresionante.
Es todo un reto relacionarnos profundamente con los problemas ambientales que afectan áreas remotas, y a veces incluso con los que afectan localmente. Además, la falta de acción también podría ser el resultado de una especie de “ecofobia”, es decir, la creciente sensación de desesperanza y falta de empoderamiento cuando nos exponemos a algunos problemas ambientales [3].
Teniendo en cuenta la dificultad de una empatía natural hacia los problemas ambientales globales, hay algunas soluciones controvertidas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción. Un ejemplo es la idea de usar drogas y la simulación del cerebro que para permitir un cambio de comportamiento en temas como el cambio climático [4]. Lejos de defender este tipo de medidas extrañas, la promoción de una especie de empatía ambiental intergeneracional y transnacional podría ser relevante. Sin embargo, la pregunta es si ese cambio cultural puede seguir el ritmo del calentamiento del planeta y si puede resultar de un proceso autónomo.
Nuestras sociedades podrían beneficiarse de diversas medidas reguladas por los gobiernos para promover un cambio de comportamiento. Estas pueden incluir: una fiscalidad más efectiva sobre los productos contaminantes; una traslación (parcial) de la presión fiscal sobre el trabajo hacia una fiscalidad ambiental; o una reducción de los subsidios gubernamentales que apoyan las actividades que contribuyen al cambio climático en favor de la promoción de una economía más verde. Además, los movimientos bottom-up (“de abajo a arriba”), que a menudo desafían las ideas del status quo, deben promoverse (y no marginar) como una especie de “viveros” de nuevas formas de vida que podrían ser beneficiosas más allá de unas pocas minorías.
Los gobiernos estatales y macroregionales han perdido grandes oportunidades en las últimas décadas al no cumplir con acuerdos climáticos esenciales. París celebra la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 21) entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre. ¿Vamos a perder otra oportunidad para el cambio?
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[1] http://www.scientificamerican.com/article/searching-for-life-in-martian-water-will-be-very-very-tricky.
[2] A rig too far. Oil companies in the Artic. The Economist. October 3rd-9th 2015.
[3] Se hace esta referencia en el siguiente artículo, en particular en el contexto de la educación infantil: McKnight, D. M. (2010). Overcoming “ecophobia”: fostering environmental empathy through narrative in children’s science literature. Ecol Environ 8(6): e10–e15, doi:10.1890/100041. URL: http://www.esajournals.org/doi/pdf/10.1890/100041.
[4] Morality 2.0. New Scientist. 26 September 2015.