Jaume Freire | ENT – Harvard University
La eficiencia energética está mal entendida por muchos responsables políticos, a pesar de la gran cantidad de estudios científicos que tratan de explicar cómo funciona a nivel micro y macroeconómico. A nivel político, el efecto de las políticas de eficiencia energética se calcula principalmente mediante el uso de cálculos de ingeniería. Por ejemplo, supongamos que el gobierno inicia un plan de inversión para mejorar el aislamiento de los hogares. Esta medida contribuirá a mejorar la eficiencia en el suministro de calefacción y refrigeración (también conocidos como servicios energéticos), será necesario un menor esfuerzo para proporcionar el mismo nivel (cantidad y/o calidad) de estos servicios energéticos. Los técnicos de los ministerios o agencias responsables de la medida estiman aproximadamente su eficacia en términos del nuevo consumo de energía, estimando la cantidad de material aislante adquirido con los fondos y el aislamiento proporcionado por este material en un entorno controlado. Estas estimaciones se aproximarían a lo que realmente sucede si estuviéramos hablando de una única vivienda atemporal y sin vida inteligente viviendo en su interior. Sin embargo, las ciencias sociales nos muestran que este no es el modo en que funciona.
Los estudios teóricos y empíricos demuestran que la instalación de material aislante (o cualquiera que sea la medida de eficiencia inducida) provoca cambios que a su vez provocan reacciones en la gente. Hay un comportamiento individual y social más allá de los modelos de ingeniería. En primer lugar, el servicio energético (calefacción, refrigeración, etc.) se vuelve más barato. Algunos hogares preocupados por el costoso precio de este servicio ya no lo están tanto. En estos hogares quizás anteriormente se apagaba el sistema de calefacción o refrigeración durante la noche o en otros intervalos temporales específicos, o tal vez dejaban de aclimatar algunas habitaciones. Puede que ahorren algo de energía, pero no tanto como se había estimado inicialmente. Además, aunque mantengan los mismos patrones de consumo anteriores a la mejora de eficiencia, ahora, estos hogares ahorran dinero.
Si queremos ir más allá en el análisis del comportamiento económico y social, nos daremos cuenta de que hay un ingreso extra en los hogares. Los hogares pueden gastar este ingreso adicional en comprar bienes y servicios o pueden ahorrarlo. Ambas opciones conducen a un aumento del consumo global de energía. Los bienes y servicios necesitan energía para ser producidos, distribuidos y consumidos, y los bancos (o el sistema financiero en general) transforman el ahorro en inversiones, préstamos, hipotecas y otros activos que también involucran bienes materiales y servicios, y que por lo tanto, requieren energía en toda la cadena de producción y consumo.
Esto es lo que se conoce como efecto rebote entre economistas y científicos sociales. Hay un gran consenso sobre su existencia, el debate gira en torno su magnitud. Los gobernantes deben ser conscientes de este efecto, y realizar evaluaciones más rigurosas y completas sobre las medidas de eficiencia energética que se llevan a cabo. Este efecto se puede controlar con medidas adicionales si se quiere reducir el consumo de energía luchar contra el cambio climático de manera efectiva. Una fiscalidad de la energía progresiva y correctamente diseñada podría reducir el consumo global de energía y a su vez luchar contra la pobreza energética, permitiendo cierto efecto rebote para los hogares más desfavorecidos cuando se aplican medidas de eficiencia energética.
REFERENCIAS
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