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Luís Campos Rodrigues y Maria Mestre Montserrat (ENT)

Las estimaciones de la FAO indican que aproximadamente una tercera parte de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde cada año a nivel mundial [1]. La proporción de desperdicio de alimentos alcanza el 30% en el sector de los cereales, el 20% en los productos lácteos, el 35% de los pescados y mariscos, el 45% de frutas y verduras, el 20% de carne, el 20% de semillas oleaginosas y leguminosas, y el 45% en raíces y tubérculos [1][2].

Este proceso de desperdicio alimentario es notable a lo largo de las distintas etapas de la cadena alimentaria, con la parte más significativa en la etapa de consumo (52%), seguida de la producción (23%), y la manipulación y el almacenamiento (12%). La parte restante corresponde a las etapas de transporte y logística, y procesamiento y envasado [3][4]. Las causas de desperdicio de alimentos son muy diversas, incluyendo los hábitos de consumo, un exceso de producción por encima de la demanda (en los países industrializados), cosechas prematuras, condiciones precarias de las instalaciones de los mercados, la confusión sobre el etiquetado de los alimentos, y cadenas alimentarias demasiado largas [1][3].

Sin embargo, la creciente toma de conciencia sobre este problema ha llevado al desarrollo de diversas iniciativas de prevención y reducción de residuos alimentarios. Ejemplos de buenas prácticas incluyen [5]: el desarrollo de campañas de sensibilización (por ejemplo, la película documental «Taste the waste» [6]); el uso de alimentos desechados en comidas sociales (por ejemplo, «DiscoSoup» de la Red de Jóvenes de Slow Food [7]); programas de capacitación destinados a apoyar la reducción de los desperdicios en las cocinas de los hogares (por ejemplo, «Talleres anti-residuos – Clases de cocina»); y el apoyo de las autoridades públicas a las empresas alimentarias a fin de optimizar sus porciones y donación alimentos (por ejemplo, «FoodSave Londres» [8]; «Menú dose certa» [9]). Además, en el plano legislativo, el Senado francés aprobó una ley innovadora a principios de este año con el objetivo de prohibir el despilfarro de alimentos en los supermercados [10]. Otra iniciativa de este tipo incluye la discusión de un proyecto de ley sobre el desperdicio de alimentos en el Parlament de Catalunya [11].

Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDGs) de las Naciones Unidas (ONU) para 2030 es «acabar con el hambre, alcanzar la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible» [12]. Este objetivo ha de considerar el importante aumento previsto en la demanda de alimentos, que estará directamente relacionado con el aumento de la población mundial en las próximas décadas. Según las proyecciones de la FAO para 2050, la producción agrícola podría aumentar en un 60% para satisfacer la demanda de alimentos en comparación con los niveles de 2005/2007 [13][14].

Es importante integrar el concepto de soberanía alimentaria en la prevención del desperdicio de alimentos y los objetivos internacionales de agricultura sostenible. La soberanía alimentaria amplía el concepto de seguridad alimentaria, que se centra en asegurar que las personas tengan alimentos suficientes para satisfacer sus necesidades nutricionales y apoyar una vida sana y activa. La soberanía alimentaria también incluye la necesidad de desarrollar sistemas alimentarios justos y sostenibles. Esto implica, entre otras cosas, el apoyo de los medios de vida locales poniendo a proveedores locales en el centro del proceso de toma de decisiones, la promoción de prácticas de agricultura sostenible acortando los esquemas de los circuitos de alimentos. Por otra parte, la soberanía alimentaria está estrechamente asociada con la promoción de un sistema de comercio internacional más justo que pueda contribuir a la reducción de los excedentes y las pérdidas de alimentos en los países industrializados [15].

La prevención y reducción de residuos de alimentos debe ser parte de las actuales y futuras políticas alimentarias, y una preocupación transversal de todos los actores involucrados en la cadena alimentaria. Además, la promoción de un mejor uso de los productos alimenticios debe ir de la mano de un amplio cambio en los hábitos de consumo. Una de las preocupaciones es el potencial efecto de rebote de las iniciativas de prevención de residuos de alimentos, donde el ahorro económico podría llevar a un aumento en el consumo de otros productos [16][17].