Lydia Chaparro Elias | Fundació ENT

Mientras millones de jóvenes -y no tanto jóvenes- se movilizan por todas partes por el clima y para frenar la pérdida de biodiversidad a través de movimientos como “Fridays For Future” o “Extinction Rebellion”, a escala más local numerosos colectivos se vuelven a movilizar para exigir un cambio en el modelo urbanístico y de ordenación territorial.

Una de las muchas luchas que están teniendo lugar actualmente la protagoniza SOS Costa Brava, una plataforma integrada por numerosas entidades que se unieron el pasado mes de agosto para tratar de frenar la especulación urbanística que amenaza los pocos espacios (semi)naturales que quedan en la Costa Brava. Una reivindicación que precisamente no es nueva, puesto que en el pasado numerosos colectivos ya tuvieron que organizarse y luchar para exigir exactamente el mismo, frenar el urbanismo feroz en espacios litorales frágiles y de elevado valor natural.

Hoy en día, algunos de los espacios más bien conservados del litoral gerundense son precisamente fruto de aquellas luchas exitosas. Sin la organización de los naturalistas en la década de los 70s, con el apoyo de una buena parte de la sociedad civil, los humedales del Alt Empordà se hubieran transformado en urbanizaciones de miles de casas, y las marismas de Castelló d’Empúries hubieran sufrido la misma suerte que las localidades vecinas donde se crearon macrourbanizaciones como la de Empuriabrava o Santa Margarida.

Sin embargo, ésta es sólo una de las muchas movilizaciones populares que han tenido lugar a lo largo del territorio, donde un buen número de paisajes se han podido salvar gracias a los movimientos ecologistas y sociales en décadas pasadas. Pequeñas rebeliones que han sido capaces de detener proyectos urbanísticos, de declarar la protección de espacios naturales, pero también de detener algunos trasvases de ríos o la construcción de nuevos puertos, por ejemplo, y que han servido al mismo tiempo para crear conciencia sobre la necesidad de proteger el medio natural. A pesar de todo, sin embargo, el reto para cambiar el modelo de crecimiento económico, de producción, de consumo, de turismo, de movilidad o de urbanismo insostenible e imperante sigue siendo el mismo. Sigue siendo titánico. Tanto a nivel local como global el sistema de producción y de consumo sigue amenazando una buena parte del medio natural y al mismo tiempo fomentando las desigualdades sociales.

Pero a pesar de que cada una de estas reivindicaciones o luchas puedan parecer muy distantes entre sí, todas ellas comparten un mismo objetivo, detener la inminente degradación ambiental. Cada una de ellas, ya sea en forma de movimientos sociales o pequeñas plataformas, y desde múltiples escalas y perspectivas, se complementan y se necesitan más que nunca.

La comunidad científica internacional advierte que nos quedan pocos años para introducir cambios drásticos y sin precedentes en nuestro sistema social y económico antes de llegar al punto de no retorno, y clasifica el cambio climático como el mayor reto del siglo XXI [1]. Por su parte, la propia Organización de las Naciones Unidas alerta de los daños provocados por el calentamiento global y reclama medidas urgentes para frenar esta situación, así como la necesidad de aumentar drásticamente la protección del medio natural [2]. Asimismo, las evidencias científicas advierten que la pérdida de hábitats naturales y la degradación, así como el cambio climático, son las principales amenazas que afronta la biodiversidad [3]. Una diversidad biológica que se encuentra en continuo declive en casi todo el mundo y que constituye la base de nuestra socio-economía, pues proteger la diversidad biológica es también proteger los numerosos servicios ecosistémicos vitales que mantienen el bienestar humano.

Así pues ¿cómo puede ser que con la información científica disponible y las numerosas leyes en vigor y compromisos internacionales adquiridos por parte de la Unión Europea y los Estados Miembros, la sociedad civil (y en particular los jóvenes de toda Europa) deban movilizarse para exigir que se tomen medidas urgentes para luchar contra el cambio climático o para exigir la protección de la biodiversidad natural que sustenta nuestra propia supervivencia? ¿Cómo puede ser que aún hoy en día las entidades sociales y ambientales tengan que organizarse y volver a movilizarse activamente para salvar los pocos espacios naturales que quedan en nuestra costa? ¿Cómo puede ser que tengamos que luchar contra un modelo turístico depredador con los recursos naturales y que a su vez fomenta las desigualdades? ¿No deberían ser suficiente las advertencias de los expertos y de la comunidad científica internacional que alertan sobre las amenazas y los riesgos que conlleva el sistema económico actual y la continua degradación del medio natural? ¿Velar por el bienestar del conjunto de la ciudadanía y del patrimonio natural no debería ser intrínseco en el funcionamiento normal de cualquier Gobierno supuestamente democrático?

Probablemente la respuesta sea no y, probablemente, parte de la culpa se deba a la escasa sensibilidad ambiental (con contadas excepciones) que históricamente ha tenido la clase política. Prueba de ello es la poca voluntad de cumplir con la mayoría de obligaciones y compromisos legales vigentes en esta materia. Aspectos que dibujan un panorama bastante oscuro para el conjunto de la biodiversidad y de los hábitats naturales, y por la consecución de la tan necesaria justicia social y ambiental. Pero para estar a la altura de los retos que debemos afrontar como sociedad, hay que establecer cambios radicales en las dinámicas territoriales, económicas y sociales, y poner en lo más alto de la agenda política la necesidad de proteger el medio natural y de establecer urgentemente políticas activas y efectivas para luchar contra el calentamiento global. Pero mientras esto no suceda, es esencial que todas las luchas, a todas las escalas, continúen con su particular rebelión y tengan la oportunidad de influenciar para proteger el bien común, pues no sólo nos jugamos nuestro futuro, sino también el de muchas otras especies.


[1] Ver por ejemplo “Fifth Assessment Report” del IPPC del 2014 o el informe “Summary for Policymakers. In: Global Warming of 1.5°C. An IPCC Special Report on the impacts of global warming of 1.5°C above pre-industrial levels and related global greenhouse gas emission pathways, in the context of strengthening the global response to the threat of climate change, sustainable development, and efforts to eradicate poverty” del 2018.
[2] Ver por ejemplo los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular el ODS 13 titulado “Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”.
[3] WWF (2014) Living Planet Report 2014: Species and Spaces, People and Places, eds McLellan R, Iyengar L, Jeffries B, Oerlemans N (WWF International, Gland, Switzerland).
Fotografía: www.paisatgesverticals.cat