Lydia Chaparro (ENT)
Julio 2015
Para disfrutar del verano mucha gente saboreará en alguna terracita unas tapas de calamares, gambas a la plancha, pulpo a la gallega, pescadito frito… entre muchos otros platos típicos de nuestra gastronomía ¿pero somos conscientes del impacto de nuestro modelo de consumo?
Panga disfrazada de gallo o lenguado; perca del Nilo ofrecida como mero; chipirones, que suena más sabroso que inmaduros de calamar; merluza europea que muy posiblemente no sea ni europea ni capturada en Europa; langostinos “frescos” procedentes de la acuicultura intensiva en zonas costeras deforestadas; gambas que han dado la vuelta al mundo antes de aterrizar en nuestro plato; pulpo a la gallega procedente de la gran flota industrial europea en África; o pescado de acuicultura rebautizado como “salvaje” a precio de oro. Esta es sólo parte de la oferta actual de numerosos chiringuitos y restaurantes, donde es más que probable que los productos del mar que consumamos procedan de lugares muy alejados de nuestros hogares.
De hecho, más del 70% del pescado que se consume en el Estado español es de origen extracomunitario. Por tanto, no es de extrañar que la mayoría de los productos que encontramos en las pescaderías y comercios también procedan de las grandes flotas industriales o bien de la acuicultura intensiva en zonas muy lejanas.
Tanto es así que cada producto recorre de media unos 5.000 kilómetros antes de llegar a nuestros platos, dejando tras de sí una importante huella de carbono. Por otro lado, el elevado consumo de productos pesqueros, entre los cuales el Estado se encuentra entre los mayores depredadores del mundo, casi 45 kg de pescado al año por persona, provoca esta gran dependencia de pescado exterior.
Además, el modelo europeo, que hasta ahora ha favorecido a la pesca industrial, permite que grandes buques accedan a países empobrecidos a cambio de una compensación económica, la cual pocas veces revierte en beneficios reales para la población local.
Así pues, debido a la injusticia social y ambiental hacia las comunidades costeras de terceros países, más la elevada huella de carbono asociada a los productos de la pesca, parecería que la primera recomendación para elegir los frutos del mar de forma responsable sería siempre elegir productos cuanto más cercanos mejor, pero, ¿es posible consumir pescado local sostenible? Según los últimos datos de la Comisión Europea, el 48% de los stocks pesqueros en el Atlántico y el 93% en el Mediterráneo se encuentran sobrepescados. Por poner algunos ejemplos, entre las especies sobrepescadas en el mediterráneo español encontramos la merluza, el pez espada, el atún rojo, la sardina, la bacaladilla, el besugo, el lenguado, el rodaballo, el salmonete de fango, el salmonete de roca, el rape negro, así como la gamba roja, la gamba blanca y la cigala. En el caso de la merluza, además, los científicos advierten que la especie está en estado crítico y que hay riesgo de colapso.
Por estos motivos, consumir pescado capturado localmente -particularmente si procede del Mediterráneo- no necesariamente es sinónimo de sostenibilidad, aunque seguramente sea la opción más responsable desde el punto de vista económico, social, e incluso moral.
Por todo esto, estar informados sobre los productos que queremos adquirir resulta imprescindible. Ahora bien, a principios de 2014 entró en vigor el nuevo Reglamento sobre la información mínima obligatoria que debe mostrarse en los comercios. Esta nueva normativa, de obligado cumplimiento, representa un gran paso en cuanto al derecho a la información se refiere, pues las personas que quieran contribuir a la sostenibilidad de la pesca a través de un consumo responsable podrían saber, entre otra información, el arte de pesca utilizado. El problema radica en que casi ningún comercio cumple con esta normativa, y frecuentemente la información facilitada en los mostradores no sólo es escasa, sino que en ocasiones también fraudulenta. Por todo esto, es muy importante presionar a las administraciones competentes para que apliquen y hagan cumplir las normativas existentes. Entre otras obligaciones, los responsables en materia pesquera deben asegurar que las poblaciones de peces se recuperen hasta niveles saludables, y que la trazabilidad y la calidad de los productos que consumimos son las óptimas.
Finalmente, si se desea apostar por reducir el impacto sobre el medio marino a través de un consumo menos insostenible, quizás os sirvan estas 5 preguntas básicas a la hora de ir a comprar:
¿Cuánto? Debemos reducir nuestro consumo. Nuestra demanda en productos del mar es muy superior a los niveles sostenibles, de hecho, gran parte del pescado y marisco comercializado procede de lugares lejanos, capturados por grandes flotas industriales, o procedentes de la acuicultura intensiva. Ambos modelos pueden conllevar graves impactos ambientales y sociales.
¿Dónde? Es preferible comprar en pescaderías, mercados y tiendas tradicionales (frente a las grandes cadenas de distribución) y comprar únicamente aquellos productos que contengan una etiqueta con la información mínima obligatoria.
¿Cómo? Priorizando aquellas especies que hayan sido capturadas por la pesca artesanal (como redes de enmalle, líneas y anzuelos, así como nasas y trampas), marisqueo a pie o mediante cerco litoral. Modalidades que generan una mayor ocupación laboral y que son la base de la socioeconomía de numerosas comunidades pesqueras.
¿Qué? Diversificando nuestro consumo, eligiendo productos frescos de proximidad y evitando el consumo de inmaduros. Los consumidores tenemos derecho a conocer y exigir que se respeten las tallas mínimas, tanto en pescaderías y mercados, como en bares y restaurantes.
¿Cuándo? Eligiendo los productos de temporada. De hecho, un producto puede venderse como fresco aunque haya sido descongelado ¡Un motivo más para fijarse bien en la etiqueta! Si hay dudas sobre la frescura debemos preguntar.