Jesús Ramos Martín (UAB) | Socio fundador de ENT

 

España mantiene una gran dependencia de los combustibles fósiles, que son importados y procesados en el país. A pesar de la reducción en el consumo experimentada desde el año 2007, el déficit energético alcanzó su máximo en 2012, con un valor de 45.043 millones de euros. A pesar de la mejora desde entonces, en 2017 vuelve a repuntar, ligado a la evolución económica del país, pues el crecimiento económico va íntimamente ligado al consumo de energía, de la que los combustibles fósiles son la mayoría. En 2019, antes de la actual pandemia Covid19, empieza a bajar el déficit de nuevo, motivado por una caída en las importaciones, que se acentúa en 2020 por la brusca caída de la actividad. 

Figura 1. Factura energética de España, 1995 – 2020 

Fuente: Los datos, fuentes y figuras se pueden descargar aquí

Como podemos ver en la Figura 1, de 2012 a 2016 el déficit mejoró, alcanzando los 20.136 millones de euros en 2016, para empeorar de nuevo en 2017 y 2018, año en el que el déficit energético (línea azul, eje izquierdo) se situó en 28.906 millones de euros. En 2019 el déficit baja a los 26.432 millones de euros y, finalmente, en 2020 baja hasta los 16.162 millones de euros por la brusca caída de las importaciones debido a la bajada en la actividad económica. En términos relativos, se puede destacar que el déficit energético en relación con el PIB (línea negra, eje derecho) siempre fue una fracción del déficit comercial como porcentaje del PIB (línea roja, eje derecho), hasta el año 2011 en que la totalidad del déficit comercial se debió al déficit energético. En el período 2017-2019, el déficit energético explica más del 90% del déficit comercial, mientras que en 2020, a pesar de la caída de la actividad económica y de las importaciones de combustibles, el déficit energético vuelve a ser superior al déficit comercial, tendencia que probablemente continuará en 2021, por el encarecimiento de todos los combustibles fósiles que se está experimentando. Esto quiere decir que las ganancias de productividad en España y de cuota de mercado mundial, se ven lastradas por el déficit energético, que implica una salida de divisas continua del país. Dicho de otra manera, sin déficit energético, España tendría superávit comercial. 

Esta conclusión se ha visto ratificada para 2021 según la información publicada por Cinco Días el pasado 17 de febrero de 2022, según la cual el déficit energético ascendió a 25.325 millones de euros, representando un 96,7% del déficit comercial de España. 

Figura 2. Consumo total de petróleo y per cápita en España, 1995 – 2020 

Fuente: ver Figura 1 

El déficit energético implica que el país se está empobreciendo y está transfiriendo renta a los países exportadores de los que dependemos. Quizás de esta manera podamos entender mejor la presencia cada vez mayor de empresas rusas y del Golfo Pérsico en nuestro país. 

Si miramos la Figura 2 podemos observar que el consumo de petróleo, que alcanzó su nivel máximo en 2007, empezó a bajar en términos absolutos y motivado por la crisis económica hasta el año 2014, en el que tuvo un valor casi idéntico al de 1995. Desde entonces, y hasta 2019, ha aumentado ligeramente, pero manteniéndose por debajo de los valores de 1998. El año 2020, por la crisis económica inducida por la pandemia de Covid19, el consumo bajó a niveles inferiores a los observados en 1993, no graficados aquí, pero disponibles en las fuentes originales de datos. 

En términos de consumo de petróleo por habitante, destaca que el máximo se produjo en 2004, con 12,33 barriles por persona. Este valor se redujo hasta el año 2014, con 8,5 barriles por persona. Desde 2015 y hasta 2019 ha vuelto a subir ligeramente, situándose en 9,17 barriles por persona en 2019, para caer nuevamente en 2020 hasta los 7,47 barriles por persona, por debajo del consumo por habitante de 1995, el inicio de la serie. 

La estrecha relación entre crecimiento económico y consumo de energía implica que un mayor nivel de actividad económica implicará irremediablemente un mayor consumo de energía, que a precios mayores de los combustibles fósiles, no hará otra cosa que aumentar nuestro ya elevado déficit energético. Esto quiere decir que el país tendrá cada año menos renta disponible para el resto de usos: consumo e inversión privados y gasto público, y que estaremos transfiriendo cada año más renta a los países exportadores de combustibles fósiles. En resumen, creceremos para pagar cada vez más por la energía necesaria para ese crecimiento, y no nos beneficiaremos de ese crecimiento en términos de más puestos de trabajo o de mejores niveles de vida material. 

Ante esta situación solo cabe la adaptación. Dado que la energía será más cara, si no queremos ser más pobres todavía tendremos que reducir su consumo, de ahí que sea vital la electrificación (renovable) de la economía y las medidas de ahorro y eficiencia energética. Ahora bien, esta reducción tampoco es gratis e implicará que algunos bienes y servicios que hasta hace poco eran considerados como accesibles pueden dejar de serlo, como los viajes y muchas otras actividades de ocio. Hay que afrontar de manera decidida el cambio necesario y planificar nuestra transición a un modelo que estará caracterizado por una menor disponibilidad de energía y a un coste mayor.