Dr. Ignasi Puig Ventosa. ENT Medio Ambiente y Gestión
Mi nivel de inglés es bajo. No importa que haya vivido más de un año en Inglaterra, y períodos en otros países, que haya sometido mi persona a todo tipo de cursos, que absolutamente cada día use este idioma, que a diario escriba y reciba mensajes, que a menudo tenga que hacer presentaciones e informes, etc. No importa que con 18 años ya tuviera un nivel dos grados por encima de lo que hoy se exige a los estudiantes para finalizar la mayoría de carreras universitarias. Mi nivel es bajo y me doy cuenta cada vez que un holandés, un suizo o un sueco (y un largo etcétera) abren la boca.Que la lengua de uso común sea la que algunos países tienen por lengua madre es para ellos una ventaja económica de proporciones descomunales, ganada principalmente a base de guerras, colonialismo y otras atrocidades. Esto impone no sólo el idioma, sino una visión de ver el mundo. Sería mucho más justo que tuviéramos de una auténtica lengua franca, pero no es así. Una vez aceptado esto, un país obligado por la crisis a salir fuera a buscar oportunidades y que además tiene una gran dependencia económica del turismo, no puede permitirse tener un nivel de inglés tan lamentable como el presente.
¿Por qué esta editorial? He desarrollado una curiosa asociación que hace que cada vez que alguien habla de competitividad a mí me vienen a la cabeza las críticas que se hacen a las políticas ambientales por su incidencia supuestamente negativa sobre la misma. El último ‘clic’ me ocurrió cuando oí que el Gobierno de Catalunya, preocupado por mejorar este mágico concepto, ha tenido la gran idea de dar ayudas de hasta 350 € a universitarios que estudien idiomas. Cuatro millones de euros para los próximos cuatro años. La verdad es que se me ocurren varias formas peores de gastar el dinero (algunas bien nuestras, como por ejemplo salvar plataformas castoriles, rescatar autovías o mantener con dinero público pistas de esquí deficitarias), pero seamos claros: de la misma manera que el impacto de las políticas ambientales sobre la competitividad -cuando existe- es despreciable frente a las diferencias de costes laborales o fiscales entre países, el impacto de estos cursos también será despreciable.
Os diré dos medidas mucho más efectivas y, ya no más baratas, sino ahorradoras de recursos: la primera, de largo plazo, es dejar de doblar dibujos animados. La segunda, más de corto, dejar de doblar el resto de contenidos audiovisuales (por ejemplo películas, series y documentales). Esto es lo que hacen, al menos en cierta medida, algunos de los países mencionados arriba. Estas sí serían buenas medidas si realmente lo que nos preocupa es favorecer la competitividad.