Sergio Sastre | ENT Medio Ambiente y Gestión
Que haya que poner un paréntesis al título porque el número de cuestiones a las que se podrían aludir con el enunciado era, definitivamente, demasiado amplio, ya cuenta una historia.
Creo que podemos empezar siendo honestos: la gestión de residuos en la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) es un drama de dimensiones tales, que sus consecuencias no solo se sienten en su territorio, con las mil y una vueltas a la cuestión de los vertederos que se desbordan[1] sin alternativas serias a medio plazo, sino que Madrid ha acabado por ser un lastre en la consecución de los objetivos estatales de reciclaje de residuos municipales[2].
Madrid tiene una de las ratios de “reciclaje”[3] más bajas entre las CCAA y lo mismo ocurre con la recogida selectiva (en torno al 20% en 2018), lo cual ya deja entrever la pasividad y el desapego, cuando no la incapacidad técnica y política, de los sucesivos gobiernos de la CAM y de la capital con respecto a la gestión de residuos. A estas alturas de siglo, pocos serán los que en la Unión Europea no sepan que una recogida selectiva de calidad es fundamental a largo plazo para por un lado aliviar el problema del colapso de los vertederos, evitar en la medida de lo posible la incineración de materiales y, en definitiva, conservar el valor de los materiales dentro del proceso económico, si es que la economía circular ha de ser algo más que el último eslogan vacío[4] de moda entre técnicos y políticos.
Madrid podría argumentar la instalación de ese quinto contenedor para la fracción orgánica, que lleva unos pocos años entre nosotros. A juzgar por los datos de calidad de la materia que en este cubo separamos[5], parecer ser que no sirve con poner un cubo nuevo en la calle y repartir imanes de nevera con instrucciones de tanto en tanto. Tampoco es nada que no supiéramos por la prolongada experiencia con la implantación de la recogida selectiva de la orgánica en Cataluña, Galicia o País Vasco.
Sí que se podría argumentar que es ciertamente complicado financiar servicios de recogida selectiva de calidad, cuando no tenemos un instrumento que nos permita recaudar para este fin. En ausencia de una tasa de residuos, la caja general de los municipios está sujeta a contingencias, y en este contexto es imposible que las ciudades y pueblos de la CAM tengan margen de mirar más allá del año en curso, y con suerte, del próximo ciclo electoral. Madrid (ciudad) es una excepción notable dentro del conjunto de las capitales de provincia en lo referido a la ausencia de una tasa de residuos[6] desde que se sumó al baile de la retirada de tasas en periodos preelectorales en 2015. Las siguientes corporaciones municipales no la han recuperado y sin dinero mal se paga un servicio a la altura del reto que Madrid tiene por delante. Así, mientras otras ciudades y regiones europeas se apuntan al sistema puerta a puerta y al pago por generación, Madrid mira al dedo.
No sería justo obviar que dentro de la CAM hay ejemplos notables de gestión de residuos con ambición[7], impulsados por organizaciones sin ánimo de lucro y con un gran potencial para visibilizar experiencias avanzadas de recogida selectiva, pero a su vez con poco impacto sobre el global de los residuos generados dada su escala.
En este contexto y sin perspectiva de cambios disruptivos en el horizonte, Madrid es un elemento a la deriva en gestión de residuos en Europa.
[1] https://theconversation.com/los-vertederos-de-la-comunidad-de-madrid-al-borde-del-colapso-127771
[2] https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2021-02-11/denuncia-contra-espana-por-las-bajas-tasas-de-reciclaje.html
[3] La definición legal de reciclaje en la normativa, al menos hasta 2020, poco tiene que ver con la reintroducción de materiales en nuevos procesos productivos, pero sirva como proxy para comparar el desempeño de las CCAA.
[4] https://ent.cat/leconomia-circular-com-a-dispositiu-discursiu/?lang=es