Míriam Galindo Fernández | EN medio ambiente y gestión
Algunas personas quizás se plantean si este valor se perdió en algún momento. Teniendo en cuenta las cifras de desperdicio alimentario presentadas por los estudios realizados en los últimos años, queda claro que hemos ido olvidándonos de la importancia que tienen los alimentos. Probablemente este hecho es la consecuencia de habernos acostumbrado a tener siempre disponibles todos aquellos alimentos que queremos, independientemente de su procedencia o de la época del año en la que estemos. Esto ha hecho que por el camino nos olvidemos que detrás de cada pieza de fruta, de cada verdura, de cada alimento, hay una importante inversión de recursos y el trabajo de muchas personas. El desperdicio alimentario no supone tan solo un problema ambiental debido a los recursos usados en su producción o en su gestión cuando pasan a ser un residuo, sino también es un problema a nivel económico derivado de los recursos invertidos en su producción.
En 2011, la FAO publicó un estudio en el que se exponía que un tercio de los alimentos producidos anualmente para el consumo humano era desperdiciado[i]. Este dato llamó la atención internacional y probablemente supuso un punto de inflexión en la lucha contra el desperdicio alimentario, ya que a partir de entonces esta problemática empezó a incorporarse en las agendas internacionales. Un ejemplo de ello es su incorporación por parte de la ONU en la Agenda 2030, en la cual se incorpora, como uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el objetivo de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y la reducción de las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha[ii].
A pesar de ser una problemática ambiental de la cual se ha hablado en los últimos años y se ha dado a conocer a la sociedad, es posible que parte de la ciudadanía no conozca aún este concepto o no sea consciente del impacto que supone. Los hogares son el punto de la cadena de suministro donde se produce el mayor porcentaje de desperdicio alimentario, un 42% (Estrategia Más alimento, menos desperdicio. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA)). Según el “Panel de cuantificación del desperdicio alimentario en los hogares españoles” elaborado por el MAPA, en 2018 en el 78% de los hogares españoles se produjo desperdicio alimentario, siendo este de 1.338.889 t de alimentos, de los cuales un 84% fueron alimentos sin utilizar[iii].
Recientemente se han publicado los resultados de un estudio realizado con el objetivo de evaluar las consecuencias económicas, nutricionales y medioambientales a lo largo de la cadena de suministro de alimentos española en términos de desperdicio alimentario durante el brote de COVID-19[iv]. Se analizó el desperdicio alimentario que se produjo desde el 9 de marzo hasta el 12 de abril de 2020, incluyendo las 4 primeras semanas de confinamiento decretado durante el estado de alarma. Según los resultados del estudio, el desperdicio alimentario global no se incrementó, pero sí hubo un incremento de la aportación por parte de los hogares (un 12,5%) derivado del cierre de las actividades de restauración.
Esta nueva situación vivida en los hogares, en la que todas las comidas se realizaban en casa, hizo que se trasladara a los propios hogares toda la responsabilidad de la alimentación, lo que en muchos casos nos ha llevado a ser más conscientes de los alimentos que consumimos. El proceso de elaboración de los alimentos, además de ser vía de distracción de los más pequeños de la casa que tuvieron que substituir los parques por la elaboración de magdalenas y galletas, nos ha vuelto a acercar a los alimentos y a disfrutar de su elaboración.
A su vez, el miedo a la falta de suministro de alimentos o la escasez de ciertos productos en comercios experimentado en ciertos momentos, nos ha llevado a ser conscientes de la dependencia que tenemos de ellos, de su importancia y de su valor. Quizás este miedo a una posible falta de disponibilidad de alimentos puede ser uno de los motivos del creciente interés por parte de las familias por la posibilidad de autoabastecerse y de disponer de alimentos saludables, mediante la instalación de pequeños huertos urbanos en terrazas y balcones. La imagen de balcones con tomateras se ha vuelto más habitual en las últimas semanas.
Otro de los cambios que se han producido durante el confinamiento ha sido el incremento de la demanda de productos de proximidad. Hemos aprendido a valorar el producto local, a apreciar la calidad de los productos que se cultivan en las probablemente escasas zonas agrícolas aún presentes en nuestras ciudades y pueblos.
Respondiendo a la pregunta planteada en el título, creo que una de las cosas que nos ha aportado el confinamiento derivado de la pandemia ha sido la recuperación del respeto y el valor que tienen los alimentos. Ahora nos queda plantearnos otra cuestión, ¿seremos capaces de mantener la lección aprendida, y no olvidarnos del valor que tienen? Es necesario valorar las personas y el trabajo que hay detrás de la fabricación de los alimentos, los recursos ambientales y económicos invertidos para hacer posible que esa manzana llegue a nuestra mesa. Sólo siendo conscientes del valor que tienen los alimentos seremos capaces de poner freno al aberrante desperdicio alimentario que se da actualmente en nuestra sociedad.