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Verónica Martínez | Fundació ENT 

Según los datos reportados por Ecoembes, en 2018 se introdujeron en el mercado español 1,17 millones de toneladas de envases ligeros (incluidos plásticos, metales y brics). Entre ellos, según ENT Environment & Management (2021a), sólo 0,62 millones de toneladas se recogieron por separado y sólo 0,50 millones de toneladas se clasificaron para ser recicladas. Esta última cifra está muy lejos de la cantidad que efectivamente reprocesaran las empresas recicladoras. Por ejemplo, las empresas recicladoras de PET sólo aprovechan el 45-50% del material de las balas de PET (obtenidas en España) para obtener un material reciclado de calidad alimentaria (CIDEC, 2021).

Podemos encontrar múltiples causas de ese bajo rendimiento. Algo obvio es la mala clasificación que realizan los ciudadanos y los grandes productores de residuos. Después de más de 20 años de contenedores amarillos en España, todavía hay muchos generadores de residuos que no saben que todos los envases ligeros (independientemente del material) deben tirarse al contenedor amarillo, excepto los envases compostables que se deben tirar con los residuos orgánicos. O no conocen las directrices de ordenación, o las conocen pero no las aplican.

Sin embargo, ésta no es la única causa del problema. La producción de estos envases también contribuye al bajo reciclaje de envases ligeros. Parece que la mayoría de los productores desconocen (o/y no muestran interés por) cómo se gestionan los residuos generados por su producto una vez introducido en el mercado. No nos referimos al potencial teórico de reciclaje de los materiales presentes en los envases, sino a la gestión real de todo el envase en el lugar donde se vende. Por ejemplo, incluso si el PET puede ser teóricamente reciclable al 100%, una botella hecha principalmente de PET nunca se reciclará completamente, porque no toda la botella es PET y, según el diseño, puede no estar bien clasificada en las plantas de clasificación de envases y/o en las plantas de reciclaje (ENT Environment & Management, 2021b).

Ocurre algo similar con los envases compostables, aunque este tipo de envases sean biodegradables en condiciones específicas, pueden acabar fácilmente sin ser biodegradados. Si los consumidores tiran estos envases al contenedor amarillo, acabarán en una planta de clasificación de envases ligeros donde pueden descartarlos como residuo o seleccionarlos como material recuperado y acabar en una bala de plástico convirtiéndose en un problema potencial para las empresas recicladoras. Por el contrario, si los consumidores tiran los envases compostables con los residuos orgánicos, éstos irán a una planta de tratamiento de residuos orgánicos donde a menudo todavía no pueden procesar envases compostables junto con los residuos alimentarios y seguramente acaben descartados como otras impurezas de plástico. Sin este conocimiento práctico sobre el fin de la vida de un producto es imposible diseñar envases con menor impacto ambiental de ciclo de vida que los envases convencionales.

Esta forma de proceder individualmente (tanto por parte de los generadores de residuos como de los productores) sin preocuparse de los impactos de nuestras actividades aguas abajo es una dinámica de la economía lineal que claramente dificulta la transición hacia una economía circular. Para transitar hacia una economía circular, es necesario un cambio sistémico en la sociedad y todas las etapas del ciclo de vida de un producto deberían estar implicadas en el cambio y trabajar conjuntamente para que el sistema funcione. Dos iniciativas (aplicadas a escalas muy distintas) demuestran que la colaboración entre actores de la cadena de valores es clave para la circularidad.

En primer lugar, existe el mandato de la UE de incluir el 25% de PET reciclado en botellas de bebidas en 2025 y el 30% de plástico reciclado en todas las botellas de bebidas de plástico de hasta 3 litros [1]. Para alcanzar este objetivo, todas las partes implicadas en el ciclo de vida del envase deben trabajar juntas. Las empresas recicladoras dependen de lo que las empresas productoras pongan en el mercado, y viceversa. Entre las empresas productoras y las recicladoras, se encuentran las actividades de recogida y clasificación de residuos que marcarán la calidad del material recuperado.

Aunque el contenido de material reciclado de un producto es importante, con o sin obligación de la UE, la reciclabilidad de un producto es (como mínimo) tan importante como su contenido reciclado porque es esa calidad la que permitirá reciclar el producto después de su uso. Dar mayor importancia al contenido reciclado que a la reciclabilidad del producto puede dificultar la circularidad a largo plazo de los materiales (poder reciclar uno el material para que se pueda volver a utilizar para el mismo tipo de producto del que provenía más de una vez). Por ejemplo, algunos productores de champú o leche han cambiado sus envases de PEAD a rPET, pero han utilizado aditivos para garantizar la opacidad en el rPET, lo que hace que este rPET ya no pueda reciclarse para volver a ser botella. En los mejores casos, se reciclará por otras aplicaciones (downcycling). Lo mismo ocurre cuando rPET está entintado con colores fuertes.

La reciclabilidad es el aspecto clave de la iniciativa el “sello de reciclabilidad” que es un claro ejemplo de colaboración entre empresas productoras y recicladoras para aumentar la reciclabilidad real de los productos. Ésta es una buena herramienta para solucionar la falta de comprensión de la gestión de residuos de los productos (mencionada anteriormente) ya que evalúa la reciclabilidad real de un envase en el lugar donde se vende el producto. Los productores también obtienen opciones de mejora y una etiqueta con el grado de reciclabilidad real de sus envases que podría añadirse a la etiqueta del producto. Sin embargo, la publicación del grado de reciclabilidad real en los productos es probable que no se produzca por parte de los productores (aunque sea útil para los consumidores) hasta que no se prohíban eslóganes engañosos (como el 100% reciclable).

Todo el mundo, no sólo los generadores de residuos ni los productores de envases, puede actuar por la circularidad de los envases puestos en el mercado. Por ejemplo, los consumidores podrían cuestionar el contenido de los eslóganes escritos en algunas etiquetas y evitar la compra de productos con contenidos evidentes engañosos. Los consumidores también podrían aplicar el principio de jerarquía de residuos en todas sus opciones de compra, donde la prevención y reutilización son las principales prioridades. Las empresas recicladoras podrían establecer directrices claras sobre lo que se puede reciclar (para volver a ser el mismo producto) y (si es posible) establecer acuerdos con los productores que respeten estas directrices para garantizar la circularidad del material a largo plazo. Las administraciones públicas podrían regular la recogida y clasificación ambiciosas de alta calidad, así como prohibir los eslóganes engañosos.

Referencias

CIDEC, 2021. R-PET la mejor solución para garantizar la circularidad de los envases.

ENT Environment & Management., 2021a. Estudio sobre la viabilidad técnica y ambiental de la implantación de un Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR) en España. Report for TRAGSATEC, Vilanova i la Geltrú (Barcelona). The report can be found as annex (from page 490) in the link https://www.miteco.gob.es/es/calidad-y-evaluacion-ambiental/participacion-publica/210929espana_sddr_ttecent_miterd_web_tcm30-531126.pdf

ENT Environment & Management, 2021b. Anàlisi de les necessitats d’R+D+I en nous materials per a envasos de begudes. The report can be found in: http://mediambient.gencat.cat/web/.content/home/ambits_dactuacio/empresa_i_produccio_sostenible/economia_verda/INTERREG/210601-Informe-R-D-I-plastics-1.pdf

[1] Directive (EU) 2019/904 of the European Parliament and of the Council of 5 June 2019 on the reduction of the impact of certain plastic products on the environment.